Hace unos años participé en un taller sobre gestión de tiempo en el que me ofrecí voluntaria para realizar una multitarea: me pidieron que contara el cuento de Caperucita al mismo tiempo que escribía la receta para hacer una tortilla de patatas. Los que me conocen saben de mi pasión por Caperucita y también son famosas mis tortillas de patatas entre familiares y amigos, pero os aseguro que cualquier persona habría tenido dificultades para elaborar una tortilla con mi receta y tampoco tendría muy claro el final de este cuento clásico. Confieso que el resultado me decepcionó (al fin y al cabo, uno sale voluntario para servir de ejemplo positivo) pero me provocó una reflexión que tiene mucho que ver con mis propósitos de este verano.
Voy a desconectarme de todos los dispositivos.Tengo la intención de recuperar esa lectura profunda en la que el tiempo se detenia y me entregaba incondicionalmente a lo que las páginas quisieran ofrecerme. No había distracción, los descansos estivales se veían poblados de historias que vivía en directo sin asomarme sistemáticamente al móvil o la pantalla de ordenador. Leía de un tirón hasta la última página, arrastrada sin descanso por el vértigo de la historia de la que me sentía juez y parte. Recuerdo el gesto de cerrar los ojos tras la última frase para no sentirme lanzada de forma brusca al mundo real, prolongando por unos minutos la aventura de haber vivido otra vida entre las páginas.
Después del reposo llegaba el tiempo de comentar y desmenuzar lo leído, de prestar el libro con la promesa de devolución y de buscar ávidamente otro título que me cautivara. Leía sin prisas, concentrada y consciente del regalo que esta actividad me deparaba sin hacer nada más que eso, leer.
Añoro esa dedicación en exclusiva, añoro ese tiempo en el que la lectura no pasaba más que de una página a otra y que no se veía interrumpida por el sonido de un wasaph o un correo entrante. Añoro la lectura reposada y reflexiva, la que invitaba a dialogar y sacar conclusiones. Quiero recuperar la sana costumbre de compartir libros y no enlaces, de subrayar pasajes de mis lecturas y no escribirlos en los muros de facebook. Quiero que mi lectura vuelva a llenarme de zozobras y de dudas, que me haga cuestionarme y llorar si es necesario, de reír ante el asombro de mis compañeros de sombrilla. Quiero pasar de una línea a otra, de una palabra a la siguiente y llegar a cerrar de nuevo un libro con agradecimiento. Quiero leer, sin interrupción.
No reniego de las tecnologías pero necesito ponerles cerco. Son una magnífica oportunidad de acceder al conocimiento y conectarnos con otras personas pero están modificando la forma en la que leo. Mis tiempos de lectura son cada vez mas cortos, más dispersos, se adaptan con dificultad a una novela larga, acomodándose mejor al relato y caminando a pasos agigantados hacia las historias mínimas. Solo la poesía se salva en cualquier caso. Me seducen los enlaces, me pierde el atractivo de algunos artículos por los que paseo sin llegar a leer en profundida, vagabundeo y picoteo por la red dedicándole más horas de las debidas.
Aprendí en el taller al que hacía referencia al inicio de este post la necesidad de concentrarse en una única tarea para alcanzar la perfección y para mí esas lecturas de antaño representaban el placer perfecto. Vuelvo a retomarlas, espero cumplir mi propósito este verano.