Archivo | febrero, 2014

Crónica sentimental : «Palabras del corazón al viento»

26 Feb

Grupo con KepaLos que me conocen saben que puedo resultar excesiva, que a veces el entusiasmo me desborda y lo que cuento no parece real, así que he dejado transcurrir un par de días para que las emociones reposen y poder ser mínimamente objetiva en la valoración del taller “Palabras poéticas del corazón al viento”, pero ya no puedo aplazar ni un minuto más el agradecer a todos las horas compartidos en la Casa del Lector.

Este ha sido un taller especial desde el principio: por ser en la Casa del Lector de la FGSR, una institución de la que he bebido profesionalmente desde mis inicios en este mundo de la promoción lectora y de la que seguro seguiré aprendiendo mucho, muchísimo; por la generosidad y libertad de la propuesta que me ha permitido hacer un taller a la medida de mis deseos y porque me he sentido acompañada y estimulada a lo largo de todo el proceso de elaboración….Kepa, va por ti.

El grupo resultó una mezcla deliciosa: estudiantes de magisterio y post grado, responsables de bibliotecas públicas y escolares, maestros, una editora. Complejo en un principio, especialmente por la juventud de muchos de los participantes que me hizo temer que todo un abismo generacional se abriera entre nosotros y no lográramos encontrar un punto de encuentro….tiempo desperdiciado en temer lo que no ocurrió, sino por el contrario, resultó un estímulo extra que enriqueció la experiencia especialmente con las aportaciones de los más jóvenes.

Quería que fuera un taller participativo y así resultó. De las mochilas surgían libros para compartir, de las bocas experiencias realizadas en los centros, en las bibliotecas; de los corazones, la necesidad de comunicar ideas, reflexiones, entusiasmos.

Nombrar a un poeta favorito y descubrir que tenía en mis manos sus versos, abrir un libro y tener la suerte de que la editora nos acompañara y contara la génesis de “Sirenas”,  un hermoso poema ilustrado cuyo autor es el inolvidable Ángel González. Mostrar entusiasmada un título de la editorial Jinete Azul y ver que otros hermanos de la colección habían decidido acompañarnos a la sesión escapándose del bolso de una de las asistentes. Hablar de Raúl Vacas y que su Abecédiario se abriera ante nuestros ojos, pedir que leyeran un poema y descubrir que no hacía falta, que los versos salían frescos, espontáneos , como salen los poemas que sabemos de memoria….así una tras otra, las casualidades se sucedían convenciéndome de que había lazos invisibles que nos hacían caminar por los mismos senderos.

Confieso que esos estudiantes de magisterio, tan implicados y vivos, me tenían entusiasmada. Sabían y aportaban experiencias, tenían ganas de descubrir, disfrutaban con cada ejercicio…Músicas, actividades, ritmo ( gracias, tendré que meter algún compás en mis próximos talleres), fueron propuestas suyas que seguro incorporaré a mi maleta de recursos.

Y los poetas, esos poetas que comenzaron titubeantes, con miedo, que salieron a flote a través de juegos, de risas , apoyados en imágenes, en palabras , en otros versos a los que imitar. No se reconocían como tales, lo hicieron al final, quizá estimulados por esa lectura de uno de ellos (¿Juan, Álvaro?), de voz temblorosa y verso firme al que seguro veremos publicado.

Julio nos habló de Antonio Machado en el aniversario de su muerte como quien nos habla de la pérdida de un ser querido, Mercedes reflexionó en voz alta sobre el modelo de la educación y Mariaje, a la que me ha encantado ponerle rostro después de tantos años de aprender de sus actividades, nos deleitó con la creación de ese poema numérico que nos recitó con una cara de niña traviesa.

Diversificar los encuentros con la poesía, dar herramientas a los asistentes de fácil aplicación y sobre todo, descubrir la lectura de poemas como experiencia personal, casi física en algunos casos, ayudados simplemente por un texto y una voz, eran los objetivos de este encuentro. La lectura coral de poemas “como un mar en medio de Madrid” que dijo María José.

Hortensia, Esther, Jesús, Zahara, Helen y muchos otros cuyo nombre no recuerdo pero cuyos rostros, miradas y sonrisas quedarán para siempre grabadas en mi corazón, estimulándome cuando el desánimo se atreva a asomar la cabeza.

Mi deseo personal y creo que también el de la Casa del Lector es que nos sintamos partes de una comunidad amplia, implicados en la labor de mediadores en el campo de la lectura y apoyados por esa red que gana fuerza día a día  que es Lectyo, una ventana en la que seguir conectados….nos vemos allí, gracias por construir conmigo este taller hermoso ya para siempre en el recuerdo.

Releyendo a Platero

3 Feb

Platero y yo

    “Leer libros en la juventud es como mirar a la luna por una rendija;   leer libros en la edad   madura     es como mirar a la luna desde el patio,y  leer libros en la ancianidad es como mirar a la luna desde una terraza abierta.Esto se debe a que la profundidad de los beneficios de la lectura varía en proporción con la profundidad de la experiencia de cada uno.”

                                                                                                    (Chan Chao. Dulces sombras soñadas)

Pertenezco a una generación que leyó «Platero» en la escuela. Mis recuerdos de la obra no iban más allá de la consabida descripción del borriquillo : “Platero es pequeño, peludo, tan blanco por fuera  …”  y de la incorporación a mi vocabulario de la palabra azabache , que me resultó sonora y sugerente.

El autor, Juan Ramón Jiménez, quedó en mi memoria como un hombre triste que decidió saltarse las reglas ortográficas, y Zenobia (con ese espíritu de solidaridad femenina que ya apuntaba en mí) como una extraordinaria mujer que vivió como tantas otras mujeres a la sombra de un hombre.

Con motivo del centenario de la publicación de “Platero y yo “ he vuelto a releerla la obra ; Platero ha crecido ante mis ojos de la misma manera en que yo he crecido como lectora en estos años. Confieso que he paseado por sus páginas con verdadero placer, por una vez sin prisas, acomodando mi paso al del borriquillo y a la placidez de la vida moguereña. Los cambios estacionales han ido sucediéndose con la naturalidad que lo hacen en el campo y he descubierto esa mirada sensible y solidaria del poeta a medida que avanzaba en mi lectura.

Juan Ramón recuerda al niño que fue y observa a los niños que se cruzan en su camino con una enorme ternura; la pobreza, la enfermedad y la injusticia a las que se enfrenta esa infancia de principios del siglo XX no le resultan indiferente y así lo refleja en muchas de sus páginas: el niño tonto, el pastor, la chiquilla de las naranjas….Toda una galería de personajes que el poeta inmortaliza haciendo reflexionar al lector actual sobre la infancia doliente.

Observa también el poeta el sufrimiento de los animales, rechaza la crueldad con el perro sarnoso, las peleas de gallos, los burros que arrastran una carga más pesada de la que sus cuerpos aguantan. Huye de las aglomeraciones y sus lugares preferidos son espacios solitarios en los que poder disfrutar de la naturaleza.

Juan Ramón nos descubre los rincones de Moguer, su tierra y su mar, sus costumbres. Sus palabras nos invitan a caminar e imaginar el paisaje que van pintando las distintas estaciones. Es una contemplación gozosa de la naturaleza y también una metáfora permanente que nos hace difícil catalogar esta novela , tan próxima a la poesía pura. No hay prisa, el poeta se detiene y nosotros con él, recorriendo las imágenes creadas con palabras hermosas, escogidas, manteniendo el asombro de los primeros años.

“Platero y yo” es una conversación del poeta consigo mismo, con sus recuerdos. Es una historia impregnada por la melancolía y salpicada con momentos de fugaz alegría que se viven con intensidad.

Juan Ramón era realmente un hombre enfermo de tristeza y Zenobia una mujer extraordinaria que se comprometió con el mundo que le tocó vivir y desarrolló una valiosísima labor de traducción junto al poeta; compartieron la actividad docente y sus figuras están irremediablemente unidas . La enfermedad marcó la vida y la obra de este autor  dotándola de una profundidad y sensibilidad extremas y la compañía y el apoyo de Zenobia permitió que su figura fueran reconocida y valorada universalmente.

Me alegra que este centenario me animara a leer de nuevo “Platero y yo”. Comienzo ilusionada  la andadura del taller «Paseando con Platero»con el que me sumo a esta celebración y a las múltiples actividades que desde la  Fundación Zenobia – Juan Ramón Jiménez  y otras instituciones se van a desarrollar a lo largo del año. No dejéis de seguirlos en facebook.