Archivo | enero, 2018

Oficio de poeta: tejer desde la mirada

20 Ene

Metáfora en la Biblioteca Escolar del IES Belén, Málaga

Acabo de terminar una maratoniana semana de talleres de poesía visual con alumnos de ESO y Bachillerato. Confieso que me ha dado pena que finalizara porque me resultan especialmente gozosos estos encuentros y no dejo de sorprenderme con la profundidad y belleza de algunas de las respuestas de los alumnos.

Muy pocos jóvenes se confiesan lectores de poesía: “no entiendo”, “me aburre” o «no dice nada que me interese” son algunas de las frases que se repiten al inicio de cada sesión, así que voy a sintetizar los argumentos que llevo en mi maleta para intentar desmontar este posicionamiento antipoético.

– Punto número uno: la poesía tiene un itinerario personalísimo que va del corazón a la cabeza. De la misma manera que nos abandonamos a una melodía y llega a conmovernos, podemos abandonarnos a las palabras y sentirlas antes de entender su significado. Incluso me atrevo a decir que esto no siempre es necesario.

– Punto número dos: un libro de poesía no se lee de un solo golpe. Ha de estar al alcance de la mano, abrirlo cuando se necesite y volver más de una vez sobre los versos para empaparnos de su esencia.

– Punto número tres: la poesía es un juego y con espíritu lúdico debemos acercarnos a ella. El poeta revuelve los adjetivos, cambia el orden de las palabras y nombra de forma diferente con intención de sorprender al lector.

– Punto número cuatro: la poesía es la matemática del lenguaje, el arte de la palabra exacta, aquella que sintetice con precisión lo que el poeta quiere expresar. Palabras contundentes que acaricien o golpeen.

– Punto número cinco: lo que realmente distingue al poeta es la mirada.

Y es precisamente la mirada el punto de partida de nuestro taller.

¿Cómo es la mirada del poeta?

El poeta mira con la curiosidad de un niño que está estrenando el mundo.
El poeta mira con detenimiento sin dejarse arrastrar por el vértigo de la vida.
El poeta coloca su torre de vigía cada vez en un lugar porque aprendió que cada luz, cada distancia, nos da una perspectiva distinta de las cosas.
El poeta se fija en el detalle porque sabe que la más mínima muesca puede marcar la diferencia.
El poeta tiene una mirada profunda, araña la piel de lo que ve hasta llegar al corazón de las cosas.
El poeta, este poeta sin prisas, cierra los ojos para ver mejor en su interior y después establecer alianzas sutiles entre lo que ve dentro y lo que ve fuera.

Y desde esta doble mirada, los alumnos,  poetas en ciernes, tejen sus versos para contar y contarse.
Un placer recorrer estos caminos con vosotros.Gracias.