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Biblioteca familiar: toda una vida

27 Ago

Este verano me ha tocado la emotiva y extenuante tarea de desocupar la casa de mis padres.

Los que han pasado por esta experiencia saben de lo que hablo: detrás de cada objeto, cajón, o  fotografía se encuentran agazapados los recuerdos y uno siente,  cuando  desecha alguno, que está cometiendo una pequeña traición. Mis padres han vivido en un lugar hermoso  y eran hermosos también los objetos  y  libros que los rodearon  conformando, del mismo modo que lo hacía el mundo que se asomaba por las ventanas, nuestro paisaje vital.

Desprenderme de los libros ha resultado difícil, algunos títulos los he tenido frente a mí  a lo largo de muchos años y desechar “El ajedrez es un juego fácil”, “Los que vivimos” o “Cuerpos y almas” ha supuesto una  pequeña quiebra con cada título. No importa que nunca jugara al ajedrez ni que la letra de “Cuerpos y almas” sea ya demasiado pequeña para mis cansados ojos: abandonarlos duele.

Detrás de las colecciones de Salgari o el Coyote veo a mi padre-niño absorto en sus aventuras y sigo escuchando la voz de mi madre cuando abro un libro de poesía y los versos de Machado me susurran al oído. A  veces un título me sorprende por lo insólito y recuerdo que en tiempos de lectura voraz y bolsillo ajustado, los libros se compraban al peso y  en ese kilo cabía un poco de todo.

Pasar las páginas de “Alrededor del mundo” me retrotrae a las tardes compartidas con mi abuelo, que me enseñaba lo extrañas y maravillosas que podían resultar otras culturas y me animaba a buscar en el atlas dónde estaban esos remotos lugares de los que el libro hablaba.

Libros también para mirar, deleitándome junto a mi madre ante la explosión de color de los impresionistas, descubrir que se puede «pintar» el aire en «Las Hilanderas»  o transportarnos de la mano de Cusachs al corazón de una batalla sin sufrir ni un solo rasguño.

Primeras páginas que hablan en sus dedicatorias de amistad y admiración, muchas veces acompañadas de cartas de agradecimiento de las que se dejaban copia para dar relevancia a la historia compartida.

Premios Nobel y Clásicos Españoles en papel de biblia y lomos de cuero. Agatha Christie, obras completas encuadernadas en rojo y la colección de RTVE de libros de bolsillo que se desencajan al pasar las primeras páginas: todos formando un anárquico ejército  entre los que resultaba milagroso encontrar un título concreto.

Historia. Historias. La heroica historia familiar. Historia de España. Historia universal. Historias íntimas  y personales. Historias de guerras y de descubrimientos. Biografías. La misma historia contada por bandos distintos.

Tropezar con un libro de Gila y volver a reír con sus viejos chistes; latir una vez más con la primera frase de “Guerra y Paz”: humor y amor compartiendo estante y dándonos lecciones de vida.

Buscar sin resultado una novelita que se llamaba “Bajo el cielo del Oeste” y alegrarme de no encontrarla: quizá Eugène, mi primer amor literario, no estuviera a la altura de mi recuerdo.

Y descubrir en cada estantería la curiosidad insaciable de mis padres que atesoraron meticulosamente todo lo publicado sobre temas de interés personal, con anotaciones,  páginas señaladas y comentarios sobre lo que en ellas aparecían. Ellos están allí, entre las líneas, escribiendo otra historia que nos pertenece a mí y a todos mis hermanos y que he releído con atención  y emoción  en estos días.

Soy consciente de que todos esos libros no pueden encontrar cobijo en nuestras casas de ahora, pero me gusta proporcionarles nuevas vidas poniéndolos en manos de aquellos  que puedan apreciarlos. Está resultando también una tarea hermosa esa de buscarles acomodo y encontrar otros lugares donde vuelvan a ser felices porque, estoy convencida, en casa de mis padres  lo fueron.

 

 

 

 

 

Palabras para viajar en coche

14 Ago

Oliver Flores

En estos días de  vacaciones confieso que tengo algo revuelta la nostalgia y añoro incluso los tediosos viajes en coche con los que se iniciaban los  veraneos de mi  infancia. Nos levantábamos temprano para evitar las horas de calor y después de organizar  un turno riguroso de ventanilla comenzábamos, apretujados como sardinas en lata, un trayecto  que entonces nos parecía interminable.  Las carreteras eran malas, las curvas muchas  y el aire acondicionado no existía en nuestro Opel Kadett, una especie de furgón funerario en el que conseguíamos meternos los seis hermanos. Perfectamente sincronizada con el arranque del motor, la preguntaba  : ¿cuánto falta? , se escuchaba nítida e impertinente para desesperación de mis progenitores.

Mi madre era una mujer de recursos, inmediatamente comenzaba con el juego del “Veo veo” con el que conseguía entretenernos durante un tiempo y a ese le seguía  “De la Habana ha venido un barco cargado  de ….”  que desencadenaba una avalancha de palabras  en la que todos aportábamos nuestro grano de arena. Después venían los concursos de trabalenguas, de adivinanzas,  refranes y  versos. Siempre ha sido mi madre una magnífica recitadora y nos gustaba escucharla y aprender, casi sin darnos cuenta, esos poemas que nos decía con sentimiento y que memorizábamos con verdadero placer.

Entre las miles de cosas que llevaba en su  bolso de viaje siempre había un pequeño diccionario que abría al azar, animándonos a inventar definiciones para esas extrañas palabras cuyo significado desconocíamos al tiempo que nos educaba en el arte de la concreción. Inventar y después comprobar el significado real del vocablo enriquecía nuestro léxico con palabras insólitas para nuestros pocos años.

También las canciones nos acompañaban en estos viajes; ante la amenaza de mareo, cantábamos. Cantábamos a pleno pulmón y con mal oído, desde Serrat a Estrellita Castro, zarzuelas y  canciones de Cecilia, himnos, coplillas de corro o melodías de “Los tres sudamericanos”…todo cabía en este repertorio desafinado que sintonizábamos sin necesidad de dial y que aunaba corazones y generaciones.

Mi padre era el responsable de contar las historias, historias en las que los hermanos éramos los protagonistas y  en las que la tensión aumentaba en cada vuelta del camino esperando la aparición de Don Blas, el malvado de todas sus tramas, al que conseguíamos derrotar en cada ocasión. A veces la narración se detenía y el elegido tenía que continuar el hilo, razón que nos animaba a prestar atención y tener nuestra imaginación engrasada para no defraudar a los compañeros de viaje.

Así comenzaban nuestras vacaciones  y así lo repetimos con nuestros hijos: juegos sencillos con los que educábamos en la escucha, tejíamos historias y engrosábamos el vocabulario con palabras nuevas. Tiempo compartido y disfrutado.

Ahora los coches son mucho más cómodos, no hay que levantarse al alba y  las curvas no existen en las  autopistas. Los más pequeños van conectados a  pantallas en las que  ver sus dibujos y los adolescentes llevan incorporados auriculares que los aíslan del mundo impidiendo cualquier conversación. Incluso la radio ha dejado de tener sentido en estos viajes en los que cada uno tiene su propia pantalla a la que asomarse.

Lo siento, pero creo que tengo motivos para la añoranza.

La aventura itinerante de Hipo y Gavante

28 Dic

Hipo                       Este año se han adelantado los Reyes Magos y me han traído un libro que me ha encantado:“La aventura itinerante de Hipo y Gavante”, de la editorial Canica Books, con texto e ilustraciones de Nono Granero.

Es un libro inteligente, pensado para lectores inteligentes. Escrito en verso y siguiendo el orden alfabético, el autor nos propone una adivinanza en cada página persiguiendo a nuestros protagonistas en un viaje que los llevará alrededor del mundo.

¿No os ha ocurrido invitar a alguien a cenar y no tener pan?. Este es el punto de partida de la historia, en la que la invitada, una simpática tortuga, se ofrece a comprarlo en la tienda de la esquina. Ante su tardanza, los dos amigos deciden salir a buscarla y viajan de ilustración en ilustración descubriéndonos distintos lugares de nuestra geografía.

Este libro nos propone una búsqueda  que en palabras de la propia editorial es :

… enigmática: ¿conseguirás completar el texto para conocer la historia?
… pareada: descubre las palabras que faltan ayudándote con la rima.
… alfabética: además, van todas ordenadas.
… y ¡geográfica! : siguiéndolas recorrerás el mundo entero

Cada ilustración es una pequeña obra de arte que hay que contemplar con detenimiento. El humor nos acecha en cada página y hay numerosos guiños al lector que se acerca a ellas con una mirada despierta.

Confieso que el índice toponímico de las últimas páginas me ha hecho recordar mis primeras enciclopedias ilustradas, con sus explicaciones mínimas pero contundentes, que fijaban la información en nuestra memoria con tinta indeleble.

“La aventura itinerante de Hipo y Gavante” es un libro interactivo que no precisa de complejas tecnologías, basta el gesto simple de pasar la página y adentrarse con curiosidad en lo que el autor nos propone: poesía, adivinanzas y juegos de aprendizaje que se prestan a leer en familia.

Un libro para regalar y compartir, un libro con el que aprender resulta muy divertido.