Lectura en familia: con el libro en la mano

30 Ago

Después de mucho tiempo de ausencia, una anécdota irresistible me ha traído de nuevo a este espacio recordándome que con el comienzo de curso llega nuevamente el taller “En el regazo de un libro”.

Estos encuentros se realizan preferentemente en Centros de Educación Infantil, ya que en estos primeros años los padres están muy concienciados del papel decisivo que tienen en la formación de sus hijos. Son talleres muy participativos en los que reflexionamos de forma conjunta sobre la importancia del hábito lector, el valor de las historias y lo determinante del ejemplo para crear el gusto por la lectura. Analizamos su comportamiento dentro del hogar y suelen salir con un firme propósito de modificar algunas conductas y de dedicar diariamente un rato, aunque sea breve, a compartir historias con los pequeños.

Cada año veo aumentar el número de padres que se confiesan no lectores argumentando la falta de tiempo y , con cierto pudor, su conexión permanente al móvil. También son muchos los que reconocen que nunca les leyeron historias durante la infancia y escuchan con envidia los recuerdos y comentarios de los que sí tuvieron ese privilegio. Han desaparecido en muy pocos años del imaginario colectivo esas historias clásicas que hilvanaron a las distintas generaciones y han sido sustituidas por el universo televisivo con el que crecieron estos jóvenes padres. Realmente triste.

Desde Argentina nos llega una historia conmovedora que se recoge en la revista “Leer en comunidad” publicada por el Ministerio de Educación de este país y que viene muy al hilo de este taller.

En una escuela mendocina, una maestra muestra a un grupo de chicos de 5 años la portada de un libro para despertar su interés. Uno de ellos, entusiasmado, confiesa: “Yo lo tengo, mi papá me lo lee todas las noches” y se dispone, expectante, a escuchar ese cuento por él conocido. Cuando su profesora comienza la lectura, el chico interrumpe varias veces diciendo que la historia no es así, a lo que la maestra, después de asegurarle que ella simplemente lee lo que pone en el texto, le dice que seguramente será otro libro el que lee con su padre.

Continúo con las palabras de María Inés Bogomolmy , mediadora responsable del programa «Leer es contagioso» : «Félix es uno de los chicos de mejor nivel lingüístico en su grupo: participa cotidianamente con comentarios oportunos que agregan información, tiene mucho sentido del humor, pregunta, argumenta, opina, comparte, desplegando un vocabulario muy rico… ‘¿Qué está pasando acá?’, se pregunta la maestra. Habla con los padres y cuando, con el libro en la mano, les cuenta la anécdota, el padre confirma que, efectivamente, tienen el mismo libro en la casa y que se lo lee todas las noches. Pero, cuando ella le dice que Félix discute todo el tiempo el contenido del cuento, el padre, entre sonrojado y sonriente, le confiesa que él no sabe leer.

La maestra queda perpleja mientras el padre de Félix le cuenta que no saber leer ni escribir le ha significado tantos problemas en la vida… por empezar, el feo sentimiento de ser menos, y después, bronca, rabia, tanto que al nacer Félix se dijo: ‘A mi hijo no le va a pasar lo mismo’. Y se le ocurrió ‘leerle’ todas las noches ese libro que tenían en la casa. ‘Pero le inventaba… –dice el padre–, le inventé un cuento que me grabé de memoria y todas las noches se lo repetía tal cual para que Félix no se diera cuenta de que yo no sé leer’.(p.44)

 En un mundo como el nuestro en el que la educación y los libros son de fácil acceso, esta anécdota debe de servir de revulsivo y provocar el compromiso de compartir más momentos de lectura con nuestros hijos. El padre de Félix quiso darle lo que él no tuvo pero sabía importante. Podía haberle contado una historia simplemente, haberla inventado sin tener el libro entre sus manos , pero entendía que el libro era necesario, esencial para transitar con paso firme por el mundo.

Yo también reivindico, como el padre de Félix, compartir historias con el libro en la mano. Inventemos y contemos cuentos, llevemos a los niños a sesiones de narración, al teatro, al cine, pero no nos olvidemos del libro, al fin y al cabo, sigue siendo un refugio único, un espacio en el que detener el tiempo y poder encontrarnos con nuestros hijos y con ese mundo infinito que se abre tras cada portada.

«Historias a la carta»

21 Feb

«Mi carta, que es feliz pues va a buscaros, cuenta os dará de la memoria mía«

Ramón de Campoamor

Vuelvo a este espacio que tengo tan olvidado para compartir un deseo: me gustaría recuperar la costumbre de escribir cartas.

Las nuevas generaciones han nacido inmersas en la maravilla de internet, sumergidos en las redes sociales y sus infinitas posibilidades y sometidos a la inmediatez del wasap, sin tener ni la más remota idea de lo emocionante que resultaba recibir una carta.

No voy a renegar de las ventajas de la tecnología, no os asustéis, pero quiero reivindicar en esta entrada el placer de la espera y el deleite que provocaba el leer una carta pensada y escrita para ti.

Una carta es una conversación , una charla a la que hemos dedicado tiempo para que exprese con fidelidad lo que queremos, en la que cuidamos no sólo qué decir, sino la forma en la que lo decimos. Una carta ha de ser certera, precisa para evitar equívocos, cálida para suplir la ausencia y constante para evitar el desencanto.

Confieso que guardo todas y cada una de las cartas que he recibido y que, a pesar de que lo intento, no me decido a romperlas por ahora, porque en ellas están parte de la vida. Mi espíritu curioso hace que me acerque a la correspondencia ajena intentando descubrir al remitente y al destinatario en esas palabras cruzadas a través del tiempo y del espacio. Leo y disfruto la correspondencia que mantuvieron los poetas de la Generación del 27, en la que vemos reflejada sus filias y sus fobias, sus alegrías y sus incertidumbres, el dolor del exilio y el valor de la amistad. Descubro el alma atormentada en la última carta de Virginia Woolf, una hermosa y dramática declaración de amor, y me sumo a la carta de agradecimiento que escribió Albert Camus a su maestro tras recibir el Premio Nobel, recordando con ella a todos los buenos profesores con los que tuve la dicha de compartir aprendizajes. Cartas de amor entre Pérez Galdós y nuestra imponente Emilia Pardo Bazán, de una ternura y procacidad que me hacen sonreír , cartas de amistad y admiración entre Miguel Delibes y el dandy de nuestras letras, Paco Umbral, o las de Carmen Laforet a Ramón J. Sender, quienes se acompañaron y ayudaron en la distancia durante muchos años.

Todas las cartas hablan en cierto modo de afectos, aunque tengan estos muy distintos matices: escribir una carta es pensar en el otro, tener necesidad de contarle y dedicar un tiempo precioso a esta tarea, para que nuestro mensaje, lento quizá, pero no por ello menos válido, llegue a su destino y ponga voz de tinta a nuestro pensamiento.

«Historias a la carta» es un taller en el que leeremos historias epistolares y al mismo tiempo, un espacio en el que rescatar la hermosa costumbre de escribir cartas.

Vigilad el buzón, estoy convencida que los carteros de vuestra localidad llenarán sus sacas con mensajes de ida y vuelta . Esperemos su llegada con la ilusión de otros tiempos.

Bibliotecarios municipales: héroes de la resistencia

7 Sep

Como todos los veranos, el calor me regala un tiempo para ordenar, tirar papeles y saldar alguna deuda pendiente. La que me trae hoy a este espacio, tan silencioso en los últimos tiempos, me pesa desde hace tiempo y aprovecho esta tregua veraniega para pagarla rindiendo homenaje a los heroicos bibliotecarios/as municipales. No hablo de los que tienen el privilegio de trabajar con otros compañeros y cuentan con apoyo y presupuesto. No, hoy quiero hablar de los que llevan en solitario su tarea, tienen un horario reducido y cuentan , en el mejor de los casos, con un exiguo presupuesto para renovar sus fondos . De aquellos que tienen que lidiar con responsables políticos que no valoran la importante función que tiene este servicio en las pequeñas localidades (e insisto en lo de servicio) y prestan nula atención a las solicitudes de sus bibliotecarios. De los que realizan su trabajo en espacios inadecuados, en salas únicas y poco accesibles que dificultan día a día su labor. De los que tienen una precaria conexión a internet y no pueden imprimir carnet porque la impresora se quedó sin tinta y no se repone.

Los bibliotecarios de los que hablo aman su profesión y no se amilanan ante las dificultades. Frente a la indiferencia de aquellos de los que dependen, logran sacar fuerzas para poder cumplir con el objetivo de acercar la lectura a sus vecinos. Los conocen a la mayoría por su nombre y saben también de sus gustos y necesidades , luchando a diario para que la biblioteca sea esa “casa de la vida” de la que hablaban los egipcios y cada vecino encuentre un motivo por el que acudir a ella.

Son incombustibles, impermeables al desaliento y la precariedad de medios ha aguzado su imaginación para seguir llenando los días de encuentros lectores. Frente a la falta de presupuesto han creado redes de colaboración y no dudan en pedir ayuda a los miembros del club de lectura, a las asociaciones o cualquier persona de la localidad que pueda aportar algo a la biblioteca. Son los defensores de la memoria del pueblo y los encargados de visibilizar a los autores locales   a quienes animan a leer su obra ante sus convecinos.

Su horario es elástico y no titubean si hay que fijar una lectura poética o un encuentro del club más allá de sus obligaciones formales. Acuden a los colegios y establecen alianzas con los profesores con la certeza de que esa alianza es imprescindible para construir la sociedad lectora con la que sueñan, tarea nada fácil en este mundo tan saturado de tecnología.

Descubrieron lo que era la “extensión bibliotecaria” mucho antes de que se le pusiera nombre llevando los libros a la piscina municipal o a la residencia de ancianos. Realizaban reparto a domicilio a la par que las pizzerías: “te dejo la novela del club en tu casa, que me pilla de paso”. Y aplicaron de forma instintiva estrategias de márquetin lidiando de forma autodidacta con redes sociales, con el único objetivo de hacer visible la biblioteca.

Celebran la Navidad, el Día de la Mujer, el Día de la Paz y, cómo no, el Día del Libro con alegría, transformando la biblioteca y haciendo que cada rincón se renueve para esas fiestas. Visten el espacio para cada ocasión y les dan las tantas diseñando los carteles. Se presentan año tras año al premio “María Moliner” intentando conseguir beneficios para la biblioteca y se asombran cuando son premiadas, sin creer que ese premio es un reconocimiento merecido a su proyecto.

Esta deuda es con vosotros: Mª Ángeles, Mª José, Miguel Ángel, Mª Carmen, Joaquina, Mercedes, Pilar, Manolo…Vosotros, imprescindibles hombres y mujeres de corazón lector, que dignificáis diariamente esta profesión con vuestra entrega.

Bienaventurados los pueblos que cuentan con un bibliotecario/a como vosotros porque serán, sin lugar a dudas, más felices.


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«Palabras para el recuerdo» : Día del Libro 2021

22 Abr

Los españoles utilizamos una media de 2.000 palabras de las 94.000 que tiene nuestro idioma.

En muy poco tiempo el lenguaje se ha visto empobrecido y han caído en el olvido palabras que hace solo una generación eran de uso común. Palabras que utilizaban nuestros abuelos e  incluso nuestros padres y cuyo significado resulta desconocido para las nuevas generaciones.

El uso de las nuevas tecnologías no ayuda a preservar nuestra riqueza lingüística: la brevedad de los mensajes  en redes sociales y móviles hace que caminemos hacia una simplificación del vocabulario. Y con la pérdida de vocabulario perdemos también la posibilidad de expresarnos con precisión: nuestros pensamientos, nuestros argumentos e incluso nuestros sueños  se ven también mermados si no sabemos darles forma con las palabras.

En este extraño 2021 , desde  la Biblioteca Municipal de Rute, hemos querido celebrar el Día del Libro con la actividad “Palabras para el recuerdo”, un diccionario virtual de vocablos en desuso, emulando la propuesta original de Proxímity.

La idea era rescatar palabras olvidadas y realizar un vídeo  por cada una de ellas explicando brevemente su significado.  No se trata de recurrir al diccionario de la RAE y recitarlo ante la cámara; lo que pedíamos era que los participantes utilizaran su propio lenguaje  para definir. Tenían que  hacerlo con brevedad y precisión para que cualquier persona que desconociera el vocablo pudiera entenderlo.

Los vídeos se irán subiendo a las redes sociales de la biblioteca a lo largo de todo el mes de abril y pueden visualizarse y compartir desde allí, con el deseo de que puedan formar parte de nuevo de las conversaciones.

“Palabras para el recuerdo” es un homenaje a nuestros mayores, esos mayores que han sufrido con más intensidad que nadie el aislamiento que la pandemia ha impuesto: alejados de sus familias, de sus abrazos, del cariño de hijos y nietos, han demostrado una vez más su valor y entereza sin dejarse quebrar por las circunstancias. Muchos han perdido la vida en estos meses y sabemos que con su muerte desaparecen no solo una persona querida, sino que  desaparece, irremediablemente, su sabiduría y experiencia.

Este es también el objetivo de “Palabras para el recuerdo”, preservar la memoria de nuestros mayores y mantenerlos vivos a través de esas palabras que nos legaron. Hacerlos partícipes de este hermoso proyecto y animarlos a que graben o colaboren con sus nietos en esta lucha contra el olvido.

La propuesta se hizo extensiva a todos los centros escolares de la localidad y también a la residencia “Juan Crisóstomo Mangas”. Estamos emocionados con  la respuesta: en la mayor parte de los colegios se ha convertido  en un proyecto global en el que han participado todos los niños, implicando a los abuelos y disfrutando con la selección de las palabras.

Especial mención al trabajo realizado por los mayores de la residencia: eligieron los vocablos, buscaron imágenes y definieron con naturalidad ante la cámara aquellos utensilios, ropas o acciones que pertenecían a  otros tiempos y que este proyecto ha convertido en actuales.

Estamos satisfechas porque el objetivo se ha cumplido con creces y hemos conseguido una vez más implicar a Rute y las aldeas de Los Llanos de Don Juan y Zambra. Una celebración multitudinaria aunque sea a través de las pantallas que no hubiera sido posible sin la inestimable colaboración del Centro Guadalinfo.

https://www.youtube.com/playlist?list=PLS0mH7msxEvEr_ZzsF4IAsWN2sGHTgSLz

https://www.facebook.com/bibliotecapublicamunicipalderute

Feliz Día del Libro 2021.

Día de la Lectura en Andalucía

16 Dic

Celebrando el Día de la Lectura en Andalucía 2020

Pablo Aranda: un escritor con voz de niño

18 Oct
Pablo Aranda, con su inseparable Turrón, al que dedica su nuevo libro infantil, 'Las gafas azules'. /SUR
Imagen del Diario SUR

Este verano  falleció el escritor malagueño Pablo Aranda. Con su pérdida nos quedamos sin el novelista que nos regaló tan buenos momentos de lectura. Perdimos  al gestor cultural que facilitó en nuestra ciudad encuentros con los libros y el pensamiento, realizados siempre desde la cercanía y la naturalidad.  Su familia y  amigos lo echarán de menos de una forma que duele, estoy convencida. Y los que tuvimos la suerte de conocerlo y coincidir con él en esta Málaga que tanto amaba echaremos de menos su sonrisa siempre franca, su acogida cálida, la sencillez a la hora de hablar, el humor siempre a flor de piel y esa forma de interesarse realmente por lo que opinaban sus lectores.

De Pablo quedan muchas cosas en nuestro recuerdo y también sus libros: sus novelas y artículos para adultos y las historias infantiles protagonizados por Fede, un personaje al que hemos visto crecer a lo largo de estos años. “Fede quiere ser pirata”, “El colegio más raro del mundo” y “Las gafas azules”, los dos primeros con las ilustraciones de Esther Gómez Madrid y el último con las de Alejandro Villén, artistas que suman con su imágenes un plus a estas historias.

No resulta sencillo lograr dar una voz verosímil a un niño, muchos grandes escritores lo han intentado y pocas veces se ha hecho con acierto. No ocurre esto con Fede: con él entramos directamente en el universo infantil, en las preguntas encadenadas y sus ilógicas conclusiones, en esa mirada asombrada con la que los niños se enfrentan al mundo. Fede existe y nos invita a acompañarlo en sus trasiegos cotidianos, en las cosas que le pasan a diario en el cole, en casa, con sus amigos.

No hay aventuras extraordinarias sino la extraordinaria aventura de vivir. Fede nace  en una casa feliz, en una escuela sin problemas, en un mundo amable. Son libros escritos para divertir, que es el primer objetivo de una historia para niños, pero eso no significa que no nos hagan reflexionar. La integración, la discapacidad, el miedo a sentirse diferente  son algunas de los temas que aparecen en los libros de Fede y lo hacen con la naturalidad con la que se entrelazan en la vida diaria , huyendo de esa intención moralizante y pedagógica que impregna la literatura infantil de la última década.

Fede desmenuza las palabras, las mezcla y desordena en una ingeniosa recreación del lenguaje. Dice lo que piensa sin filtros con una espontaneidad que nos recuerda a la de Celia, Manolito Gafotas o el pequeño Nicolás.

Pablo Aranda confiesa en sus entrevistas que comenzó inventando esas historias para sus hijos, lo mismo que le ocurrió a Roald Dahl, y que se divertía compartiendo aventuras con ellos. Ellos fueron sus críticos más severos y sus consejos ayudaron, sin duda, a que Fede sea un niño de verdad.

Fede sonríe como Pablo  y como Pablo utiliza las palabras para hacernos felices. Ingenio y humor,  ingredientes de los que estaba hecho nuestro autor.

Gracias Pablo, hasta siempre.

Historias de cuarentena: la vida en los títulos

3 Abr

Una de las cosas que nos ha regalado este encierro es tiempo: tiempo para perderlo o para ganarlo, para hacer cosas pendientes o simplemente para gastarlo con generosidad en aquello que nos apetecen sin sentir ningún tipo de remordimiento.
Pasamos más horas leyendo y también frente a las pantallas; descubrimos nuevas páginas, compartimos contenidos y nos dejamos sorprender por algunas de las propuestas que aparecen en las redes. Por una de estas ventanas me llegó unaidea original y que me hizo más atractiva la tarea de ordenar mi biblioteca: una historia narrada con los títulos de los libros.
Mi casa se ha ido vaciando de novelas: el espacio es limitado y cada vez son más los libros infantiles que llenan mis estanterías. Guardo solo las imprescindibles, aquellos títulos a los que sé voy a volver y  me da consuelo saberlos cerca.
Y guardo mis libros de poesía .Casi todos. Me cuesta desprenderme de ellos porque recurro a sus páginas  para curar heridas, encontrar sosiego y descubrirme entre sus versos. Por eso quiero tenerlos a mano, como un botiquín de urgencias que tengo que abrir de vez en cuando.
Con ellos he montado una historia de cuarentena. Me sirvió hacerlo y os invito a que hagáis otro tanto.
Ánimo. Un abrazo.

Mariló Berdú se suma al reto

 

Lola Podadera

 

Ana Velasco

Lecturas contra el coronavirus

24 Mar

Corren tiempos difíciles, la humanidad se enfrenta a una amenaza ante a la que se siente indefensa y no le queda más remedio que confiar en que las medidas de aislamiento y el buen hacer de los sanitarios nos mantengan a salvo. La pandemia nos ha aislado del mundo y confinado a un espacio familiar, más íntimo y reducido, en el que tendremos que aprender a hacer nido de nuevo. Y es grato estar en el nido, pero a menudo sentimos  que nuestras alas están atadas y nos asomamos a la ventana (la real y la virtual) con nostalgia de ese mundo que está más allá. Añoramos poder sumergirnos en ese mar que asoma por la terraza, el  abrazar a aquellos con los que hablamos por Skype  o compartir un brindis  en la barra de algún bar: pero  hay un cristal sanitario que nos separa de todo eso.

Solo los libros, los buenos libros,  son capaces de eliminar esas barreras. No hay límite entre ficción y realidad, hay  textos que consiguen hacernos olvidar nuestro presente y  entrar a formar parte de otra historia, que no es nuestra pero que la convertimos en  nuestra, acompasando el paso y el corazón al ritmo que marca la lectura. No hay límites en ese vuelo, atravesamos en sus hojas los países y los siglos, las barreras de idiomas y los ambientes sociales. Podemos cumplir años o vernos arrastrados de nuevo  a la edad de la inocencia,  y todo, con el simple gesto de pasar una página. Las editoriales lo saben y han empezado a ceder de forma altruista sus últimas novedades conscientes del inestimable valor del libro en estas circunstancias.

En este parón forzoso hemos recuperado el tiempo para la lectura, desplazada a un segundo plano por el vértigo diario, y puesta en primera fila como medio para combatir el aislamiento. Al lado de las clases virtuales de yoga o bricolaje , de músicas en directo y aplausos en las ventanas, los clubes de lectura en la red, las presentaciones on line de libros y las vídeo recomendaciones van proliferando y , me ilusiona pensar,  se está construyendo una red lectora que puede transformar este encierro en una oportunidad de leer por fin  esos libros eternamente aplazados y , lo más importante, propiciar también el encuentro humano con otros lectores.

Poemas compartidos para celebrar el Día de la Poesía anunciando esa primavera que ha llegado aunque no la hayamos recibido con la alegría de otros años.  Narradores que comparten generosos sus historias y alegran el encierro de los niños transportándolos durante unos minutos a mundos sin paredes. Cadenas de recomendaciones que van creando lazos y descubriendo nuevos títulos, etiquetas en redes sociales y fotografías con textos que nos han hecho vibrar. Bibliotecas que siguen acogiendo a sus usuarios con originales concursos que les hacen sentir que no están solos.

Padres que leen a sus hijos, abuelos que emulan a Gianni Rodari y que aprovecha la charla telefónica para compartir cuentos. Historias incompletas en la red que invitan, al modo de los antiguos seriales, a elegir cómo continuará el relato junto a propuestas creativas de la mano de la Fundación Rafaél Pérez Estrada.

Siempre envidié esos tiempos en los que los lectores de cualquier lugar se sentían hermanados por las lecturas comunes, por  ese canon literario que  incorporaban  a su bagaje y  en muchos casos también a su equipaje. Los lectores se reconocían y tendían puentes entre ellos con las palabras de los autores que admiraban. El hecho de ser lectores los unía.

Quizá este parón nos permita emular a esos viajeros románticos y logremos estrechar lazos entre los que amamos la lectura. Creemos cadenas lectoras, recomendemos, prestemos compartamos pasiones…al fin y al cabo, la pasión es lo que mueve el mundo. No dejemos que el mundo se pare aunque nos toque quedarnos  en casa.

Gianni Rodari: el juego de imaginar

28 Feb

 

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“La fantasía no es un lobo malo al cual hay que tener miedo, ni un delito que haya que vigilar constantemente, sino un mundo extraordinariamente rico y marginado de una forma estúpida”.

Gianni Rodari

 

Este año celebramos el centenario del nacimiento de Gianni Rodari, pedagogo y escritor que revolucionó el mundo de la educación y que sigue siendo un referente a pesar de los años transcurridos. Adelantado a su tiempo, fue consciente de lo encorsetado de los planes de estudio y de la poca libertad que tenía el alumno para poder expresar aquello que le pasaba por la cabeza. Y decidió cambiarlo.

Finalizó sus estudios de magisterio muy joven  y comenzó a colaborar en distintos diarios donde  pronto descubrió el placer de escribir para los más pequeños: retahílas, cancioncillas de corte  popular y cuentos breves y humorísticos que enseguida tuvieron una gran aceptación. Con sus historias a cuestas comenzó a recorrer las escuelas y a observar qué es lo que les gustaba a los niños: les preguntaba, se fijaba en aquello  que les hacía reír y tomaba notas para escribir uno de sus libros más representativos: “La Gramática de la Fantasía”.

Rodari sabía que todos los niños nacen artistas y que el sistema educativo va castrando ese impulso inicial que hay en nosotros buscando una uniformidad que tiene color gris; pero él  quería una escuela de colores, por eso escribió su “Gramática de la fantasía”, un auténtico manual de la creatividad que consigue que parezca un juego fácil el difícil oficio de escribir.

Son muchos los libros de Rodari y todos tienen la puerta abierta para que el lector pueda pasar. Algunos puedes comenzar a leerlos y detenerte en cualquier punto de la narración permitiendo que sea otro el que  continúe; otros son cuentos clásicos que pervierte y mezcla provocando la indignación y la carcajada de los más pequeños. “Cuentos largos como una sonrisa” o “Cuentos por teléfono”, tan cortitos como una conversación telefónica. “Cuentos escritos a máquina” donde el lector puede elegir entre distintos finales y, en cualquier caso, cuentos donde siempre está garantizada la sorpresa. La transgresión, la crítica  y el humor son los ingredientes de estas historias donde nada es lo que parece y lo insólito vive agazapado entre las situaciones más triviales.

Recibió en el año 1970 el premio H. C. Anderesen, el Nobel de las letras infantiles, como justo reconocimiento a su trayectoria.

Después de recorrer  escuelas y bibliotecas con mi taller «Gianni Rodari; el juego de imaginar» y compartir actividades de creación con grandes y pequeños, he aprendido que una palabra es suficiente para desencadenar una historia, que a veces pueden llover albóndigas o aparecer una jirafa en la venta  y que resulta tremendamente divertido cambiar un poco el mundo y  pensar “¿qué pasaría si…?”.

Gianni, gracias por invitarnos a jugar contigo.

«Lo que sabe Alejandro» : filosofía cotidiana.

27 Oct

«Ya me cansé de que las personas mayores me digan que yo no sé nada de la vida, así que voy a escribir todo lo que he visto con mis propios ojos y oído con mis oídos.»

Con esta declaración de principios comienza el libro “Lo que sabe Alejandro” de Andrés Pi Andreu e ilustraciones de Luis Castro Enjamio, un acierto más de la editorial Milenio.

Alejandro, como yo lo estuve en tiempos, está harto de que no se tenga en cuenta su opinión. Ser pequeño no significa ser ignorante y él está dispuesto a dejar constancia de todo aquello que sabe; lo va a hacer de una forma ordenada a lo largo de 99  breves capítulos numerados , tal y como le enseñaron en el cole.

En el número 0 Alejandro nos habla de sí mismo :”Yo soy un niño y tengo ocho años y medio. Me llamo Alejandro y quiero ser astronauta”. Confieso que me encanta esa concisión y la manera en que nuestro protagonista nos va desvelando página a página los detalles de su universo. No necesita muchas palabras para que nos hagamos una idea clara de cómo es aquello que lo rodea: la calle que empieza en la puerta y la ventana , que tiene bordillos y niños que corren…El abuelo que pasea con auriculares o ese padre de fin de semana que ha dejado de llamarse “Nenito” para pasar a ser Ernesto simplemente.

“Lo que sabe Alejandro” es un original y divertidísimo tratado filosófico aún sin proponérselo.

Alejandro, como todos los niños, se hace múltiples preguntas y encuentra respuestas para la mayor parte de ellas. Observa la realidad y saca sus conclusiones, es original en sus razonamientos y nos hace reflexionar a los mayores sobre esa forma manida que tenemos de mirar el mundo.

La mirada de Alejandro es curiosa y atenta, se fija en el detalle, ve más allá de lo que todos vemos y aprecia la sutileza de un gesto, un olor o un objeto cambiado de lugar. Sabe del poder de las palabras y las explica a su manera: “Ironía” se usa cuando la vecina tiene dos coches pero no sabe conducir o cuando tu papá trabaja en una heladería y no te gusta el helado». Convierte a Caperucita Roja en Raperucita Coja y se divierte enormemente buscando significados nuevos a las viejas palabras.

Es nuestro Alejandro un poeta espontáneo que sabe que cada lugar tiene su lluvia diferente. “En casa de papá Ernesto llueve con mucho escándalo sobre las tejas de cinc, en mi casa llueve en silencio y despacito , a través de la cortina , y en el parque llueve a cántaros, como si el aguacero tuviera escondida entre las nubes una bocina grande por donde sale su música de viento, agua y tambor.”

Padres, amigos, profesores, abuelos, vecinos y algún que otro animalillo pueblan el mundo de Alejandro. También habitan entre sus páginas la ternura, el sentido del humor y la sorpresa, convirtiendo su lectura en  un auténtico placer. Pocas veces nos encontramos con una voz infantil que nos resulte verosímil, pero sin duda alguna, Andrés Pi Andreu lo ha conseguido en este singular libro.

No puedo dejar de mencionar la ilustración de Luis Castro, que a pesar de la sobriedad del color y lo sencillo de su línea, matiza y añade valor al texto en una perfecta sincronía con las palabras.

“Lo que sabe Alejandro” está lleno de sugerencias para prolongar la lectura más allá de las páginas. Es una estupenda elección para compartir lectura a lo largo del curso y elaborar con nuestros hijos o alumnos un cuaderno propio en el que quede recogida su personalísima visión del mundo.

Hagámoslo, no olvidemos que crecen demasiado deprisa.