«Mi carta, que es feliz pues va a buscaros, cuenta os dará de la memoria mía«

Ramón de Campoamor
Vuelvo a este espacio que tengo tan olvidado para compartir un deseo: me gustaría recuperar la costumbre de escribir cartas.
Las nuevas generaciones han nacido inmersas en la maravilla de internet, sumergidos en las redes sociales y sus infinitas posibilidades y sometidos a la inmediatez del wasap, sin tener ni la más remota idea de lo emocionante que resultaba recibir una carta.
No voy a renegar de las ventajas de la tecnología, no os asustéis, pero quiero reivindicar en esta entrada el placer de la espera y el deleite que provocaba el leer una carta pensada y escrita para ti.
Una carta es una conversación , una charla a la que hemos dedicado tiempo para que exprese con fidelidad lo que queremos, en la que cuidamos no sólo qué decir, sino la forma en la que lo decimos. Una carta ha de ser certera, precisa para evitar equívocos, cálida para suplir la ausencia y constante para evitar el desencanto.
Confieso que guardo todas y cada una de las cartas que he recibido y que, a pesar de que lo intento, no me decido a romperlas por ahora, porque en ellas están parte de la vida. Mi espíritu curioso hace que me acerque a la correspondencia ajena intentando descubrir al remitente y al destinatario en esas palabras cruzadas a través del tiempo y del espacio. Leo y disfruto la correspondencia que mantuvieron los poetas de la Generación del 27, en la que vemos reflejada sus filias y sus fobias, sus alegrías y sus incertidumbres, el dolor del exilio y el valor de la amistad. Descubro el alma atormentada en la última carta de Virginia Woolf, una hermosa y dramática declaración de amor, y me sumo a la carta de agradecimiento que escribió Albert Camus a su maestro tras recibir el Premio Nobel, recordando con ella a todos los buenos profesores con los que tuve la dicha de compartir aprendizajes. Cartas de amor entre Pérez Galdós y nuestra imponente Emilia Pardo Bazán, de una ternura y procacidad que me hacen sonreír , cartas de amistad y admiración entre Miguel Delibes y el dandy de nuestras letras, Paco Umbral, o las de Carmen Laforet a Ramón J. Sender, quienes se acompañaron y ayudaron en la distancia durante muchos años.
Todas las cartas hablan en cierto modo de afectos, aunque tengan estos muy distintos matices: escribir una carta es pensar en el otro, tener necesidad de contarle y dedicar un tiempo precioso a esta tarea, para que nuestro mensaje, lento quizá, pero no por ello menos válido, llegue a su destino y ponga voz de tinta a nuestro pensamiento.
«Historias a la carta» es un taller en el que leeremos historias epistolares y al mismo tiempo, un espacio en el que rescatar la hermosa costumbre de escribir cartas.
Vigilad el buzón, estoy convencida que los carteros de vuestra localidad llenarán sus sacas con mensajes de ida y vuelta . Esperemos su llegada con la ilusión de otros tiempos.